Danny Boyle revive a sus monstruos para ‘28 años después’

El director vuelve a un Reino Unido postapocalíptico que conjuró en su película de 2002 “28 días después”, esta vez con un padre y un hijo que huyen de los infectados. La madre también se une.


Tras más de dos décadas entrando y saliendo de géneros que le han llevado de la Vía Láctea a Mumbai, con 28 años después Danny Boyle ha vuelto al jugosamente truculento mundo de la violencia consumista, humana y de otro tipo. Una vez más, criaturas trituradoras de carne deambulan, se arrastran y, lo que es más preocupante, corren desbocadas, arrasando todo ser vivo concebible. La humanidad sigue huyendo, y algunas almas se atrincheraron para mantenerse a salvo en aislamiento. Es una precaución sensata que, junto con todos los cuerpos roídos, los nervios destrozados y las relaciones rotas, hace que esta locura futurista parezca tan plausible como familiar.

Situada entre la esperanza chisporroteante y la desesperada resignación, la película es una clásica historia de crecimiento, de niños que se convierten en hombres, actualizada para el postapocalipsis y futuras entregas. En una isla británica de exuberante vegetación, un grupo variopinto de adultos y niños hacen todo lo posible por mantener intactos los andrajosos restos de la civilización. Dentro de un caserío protegido, viven y se reúnen como lo habrían hecho siglos antes sus antepasados campesinos. Comparten recursos valiosos; se acarician sensualmente en la oscuridad. Hay amenazas y algunos misterios provocadores, como la figura que aparece con una máscara macabra que recuerda a El grito de Edvard Munch.

Esta película es la tercera entrega de un ciclo que inició con 28 días después (2002), una violenta parábola también dirigida por Boyle en la que la humanidad queda sumida en un estado de casi extinción. (La continuación de 2007, 28 semanas después, fue dirigida por Juan Carlos Fresnadillo). La película de 2002 comienza en Gran Bretaña con unos activistas de los derechos de los animales decididos a liberar a unos chimpancés de laboratorio. Incluso después de que un científico les explica que los animales están infectados de ira, los activistas siguen avanzando hacia la perdición. Mientras someten al científico, él grita: “No tienen ni idea…”, justo antes de que un chimpancé devore a un aspirante a libertador en una ráfaga de imágenes de color rojo sangre.

Al igual que la nueva película, 28 días después fue escrita por Alex Garland y se inspira en distintas influencias, entre las que destacan las películas de zombis. (Boyle dirigió la adaptación cinematográfica de la novela de Garland La playa; también colaboraron en Sunshine, una fantasía distópica muy diferente). En las entrevistas, Boyle no dudó en hablar de las inspiraciones de 28 días después, realistas y de otro tipo, mencionando el virus del Ébola y El último hombre vivo (1971), un thriller ambientado después de una guerra bacteriológica. Aun así, se opuso a encasillar 28 días después en un género. “No es una película sobre monstruos, sino sobre nosotros”, dijo a Time Out. Que nuestros monstruos seamos siempre nosotros es tan obvio como el rostro demasiado humano de la criatura de Frankenstein.

Sean zombis o no, los infectados de 28 días después matan indiscriminadamente, como los muertos vivientes que George A. Romero nos lanzó por primera vez en 1968 en La noche de los muertos vivientes. Una diferencia sorprendente y enervante entre estas generaciones de seres insaciables es su ritmo al andar. Junto con Zack Snyder en su ágil remake de 2004 de El amanecer de los muertos de Romero, Boyle popularizó el ahora familiar zombi veloz. Los de Romero tienden a sacudirse y tambalearse con los brazos en alto como niños pequeños aterradoramente voraces, moviéndose lo suficientemente despacio como para que algunas de sus víctimas más rápidas puedan escapar, aunque no siempre. Acelerar el paso de las criaturas añadió novedad al género y expresó los ritmos del mundo real que siempre se están apresurando más.

Este paso iba bien con el cine de Boyle, que tiende a la velocidad. Esto es muy evidente en 28 años después, que comienza con algunos antecedentes pro forma sobre el estado del mundo (que sigue mal) y un extraño episodio en una casa que recuerda al comienzo de la película anterior. La escena comienza con un grupo de niños, obviamente aterrorizados, encerrados en una habitación viendo Teletubbies en un televisor. Es una escena inquietante que se vuelve aún más perturbadora a medida que los ruidos del exterior de la habitación se hacen cada vez más fuertes. A la vez que aumentan los golpes y las voces de pánico, que se incrementan y luego convergen, el montaje rápidamente avanza a toda marcha y se entrecorta, convirtiéndose al fin en un tétrico batido de niñitos, Teletubbies y monstruos.


Es un comienzo impactante que anuncia que no es para los débiles de corazón e introduce el enfoque expresionista de Boyle. Rodada en parte con iPhones, la nueva película tiene a veces una calidad visual degradada que encaja con la violencia más desordenada y desgasta el realismo hasta de los pasajes más tranquilos. Intuyes que hay algo raro incluso en la isla, donde Spike (el excelente Alfie Williams), de 12 años, vive con su madre, Isla (Jodie Comer), y su padre, Jamie (Aaron Taylor-Johnson). Parecen unos padres buenos y amables (los actores para ambos papeles fueron elegidos con inteligencia), pero Isla sufre enigmáticos episodios que la sumen en estados de fuga plagados de alucinaciones. Durante sus episodios, puede parecer tan totalmente poseída como los infectados.

Dividida en dos secciones complementarias, la historia sigue a Spike a través de dos viajes gemelos al continente, el primero durante una cacería con su padre. Con Jamie, Spike abandona la isla por una calzada que la conecta al continente durante la marea baja. Es un rito de iniciación cuestionable, pero este interludio te crispa los nervios con astucia, al igual que la falta de mejores armas de Jamie y Spike. Los isleños se valen de flechas artesanales, suponemos que porque nadie cogió un rifle de caza antes de ir a atrincherarse. Parecen comprometidos con el romanticismo heroico de su propia lucha, como sugiere Boyle insertando fragmentos del poema “Botas” de Kipling, así como imágenes de muchachos marchando y fragmentos de la película de Laurence Olivier Enrique V.

Estos guiños a un pasado que es a la vez histórico y románticamente mítico alimentan un trasfondo de tensión que Boyle va acrecentando, asesinato a asesinato. Cuando Spike e Isla emprenden su propia aventura, su mundo se ha bañado repetidamente en sangre. El tiempo que pasa en el continente les trae choques brutales y pacíficos, y muerte tras muerte. Un gigante llamado Samson (Chi Lewis-Parry) se levanta como un mensajero del futuro, mientras que Ralph Fiennes aparece como el fantasma del pasado de la Tierra. Por su parte, Spike se enfrenta a la hombría atrapada entre dualidades —entre la inocencia y la astucia, la benevolencia y el sadismo, un legado violento y una alternativa posible— mientras mira hacia un horizonte incierto… y al menos haciauna secuela ya rodada.

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