Bajar de peso con Ozempic, una cuestión de clase y estatus

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“El privilegio de ser delgado está ligado a la riqueza y al acceso a soluciones de vanguardia”, dice la escritora Ellen Atlanta. Aunque el fármaco sólo es financiado por la sanidad pública si se cumplen tres requisitos concretos, quienes pueden pagar para tener su receta no dudan en hacerlo.


Aunque se trata de un medicamento que ha de ser prescrito por un médico, ya no sólo las celebridades, sino todos quienes puedan permitirse pagarlo, recurren a él para mermar el apetito y perder peso a una velocidad hasta ahora desconocida. Comprobamos que no sólo entra entonces en juego la desigualdad en esta charla, sino también el dinero y el estatus. “En América, ser delgado ha sido un bien de lujo y un símbolo de estatus durante los últimos 25 años, pero Ozempic va a cambiar el panorama. ¿Cuál es ahora el nuevo símbolo de estatus? ¿Estar mazado?”, se pregunta en ‘X’ un usuario.

El precio de la delgadez

“A día de hoy, para conseguir Ozempic es necesario disponer de una receta médica pública o privada. Mucha gente está dispuesta a pagar el fármaco para saltarse listas de espera y el protocolo que se cumple estrictamente desde la sanidad pública, por lo que agenda cita con un endocrino mediante la sanidad privada”, asegura el endocrino Víctor Bravo, que el 27 de marzo publica Maldito azúcar (Grijalbo, 2025). “Para ser financiada, esa persona ha de tener diabetes tipo 2, obesidad y un control glucémico alto que es incapaz de controlar con pastillas”, advierte. Señala también que el efecto del fármaco ha sido estudiado en personas con obesidad y diabetes tipo 2, es decir, en un perfil concreto de pacientes, no en personas saludables. Pero poco o nada parece importar esto a quienes han encontrado en la billetera la solución más rápida para perder peso.

Ozempic está fabricado por Novo Nordisk, que en una conferencia telefónica de ganancias de fin de año de 2022 ya alegó un crecimiento del mercado mundial del 50%, con casi 40.000 nuevas recetas de Wegovy —que tiene el mismo ingrediente activo que Ozempic— cada semana. Las cifras siguen creciendo, y el interés demuestra que aunque estar delgado exigía hasta ahora para muchos tener algo que no se puede comprar, es decir, fuerza de voluntad, con este fármaco, lo que se necesita es tener dinero. Por eso la alfombra roja de los eventos cinematográficos internacionales, que por fin parecían estar abriendo las puertas a la diversidad corporal, lleva tiempo despertando titulares ante la delgadez que caracterizaba a quienes desfilaban por ella. “Cuando echo un vistazo a la sala, no puedo evitar preguntarme, ¿será Ozempic adecuado para mí?”, bromeó Jimmy Kimmel en su monólogo en los premios Oscar. “Los Globos de Oro son la noche más importante para Ozempic”, dijo Nikki Glaser en el monólogo con el que abrió la gala.

Precisamente en Hollywood es donde se ha comenzado a hablar ya de la era de la “undetectable beauty”, pues las celebridades están recurriendo a una serie de tratamientos de belleza con los que parecen retroceder en el tiempo poniendo en marcha un oxímoron, pues lo hacen de una forma realmente llamativa pero a la vez, indetectable. Ellen Atlanta, autora de Pixel Flesh: How Toxic Beauty Culture Harms Women(Headline, 2024), asegura que sin lugar a dudas, el triunfo del Ozempic hace eco de la dinámica de ese tipo de belleza en la que la tecnología y los productos farmacéuticos redefinen silenciosamente las jerarquías sociales. “El acceso a medicamentos para bajar de peso como Ozempic ya está señalando una nueva era de disparidad de clases, donde el privilegio de ser delgado está ligado a la riqueza y al acceso a soluciones de vanguardia. En este panorama, la obesidad corre el riesgo de ser codificada como un marcador de desventaja económica, reforzando estereotipos dañinos y ampliando la brecha entre quienes pueden darse el lujo de “optar por no involucrarse en modificar” su biología y quienes no”, explica a SModa.

El peso como marcador de clase

Virginia Sole-Smith, una popular activista americana cuya misión se centra en desmantelar la cultura de la dieta y la gordofobia, ya advierte en su libro Fat Talk: Parenting in the Age of Diet Culture (Henry Holt and Co., 2023) que el peso se ha convertido en un marcador de clase. “Asociamos la “epidemia de la obesidad” con los alimentos procesados, con el abuso de la televisión y con llevar pantalones deportivos de los supermercados Walmart. Suponemos que la gente engorda (o peor aún, deja que sus hijos engorden) por pereza e ignorancia. Y estos estereotipos negativos sobre los motivos y la moral de las personas que habitan cuerpos más grandes refuerzan esa repulsión”, advierte.

Señala que al recurrir los pacientes adinerados a Ozempic con la finalidad de perder peso, el medicamento exacerba la mentalidad gorfódoba presente en la cultura. “Si viviéramos en una cultura en la que comer fuera no agobiara a la gente, no tendríamos ese ruido en nuestros cerebros”, dice al considerar que al volverse el denominado “ruido del hambre” más fuerte cuando alguien está a dieta, Ozempic apaga esa voz incesante, por lo que se convierte en un aliado increíblemente seductor. A ese ruido es al que se refiere Oprah Winfrey cuando dijo recientemente en su podcast que lo que ella pensaba inicialmente que era “fuerza de voluntad” en el caso de las personas delgadas, era en realidad la absoluta ausencia de pensamientos intrusivos sobre la comida, también conocidos como “ruido del hambre”. “Me di cuenta la primera vez que tomé el GLP-1 de que la gente delgada ni siquiera está pensando en ello. Come cuando tiene hambre y para cuando está llena”.

Sin embargo Johann Hari, autor de Adelgazar a cualquier precio (Ediciones Península, 2025), libro en el que cuenta su propia experiencia con estos fármacos, considera que hay que diferenciar entre el corto y el largo plazo si realmente hay que hablar de cómo su subraya la diferencia entre clases. “A corto plazo sin duda refuerza tal distinción, porque es un medicamento caro que actualmente usan los ricos, mientras que los pobres no pueden acceder a él, pese a que son más propensos a la obesidad. Creo que el sistema de salud público, como el de Reino Unido y el de España, tendría que pagar estos medicamentos, porque realmente rebajan los costes de salud a causa de la disminución de riesgos que implica su uso. A largo plazo crea disparidades que serán menos relevantes, porque de aquí a unos años, Ozempic se va a quedar sin patente, por lo que cualquiera podrá manufacturarlo”. En el libro indica que actualmente hay en desarrollo más de setenta fármacos contra la obesidad.

El científico canadientese Daniel Drucker fue el primero en identificar el GLP-1, un péptido que genera sensación de saciedad y que ante el incremento de la glucosa, se traslada hacia el páncreas y estimula la secreción de insulina. Él explicó a Hari que dentro de poco, el dinero no será un problema para acceder a estos fármacos. “Es posible que dentro de unos años, dispongamos de pastillas que se tomarán una vez al día (…). En ese momento, en lugar de inyecciones que cuestan cientos de dólares al mes, o miles de dólares si uno vive en Estados Unidos, esas pastillas costarán entre uno y dos dólares al día”, explica Drucker. “Por eso, estos medicamentos pueden generar ahora diferencias de clase, algo que se puede resolver a corto plazo si hay una inversión pública en estos fármacos, pero dentro de poco, no habrá tales diferencias”, asegura a SModa.

La búsqueda por tener una talla determinada es tan importante para tantas personas en la actualidad que cada vez son más quienes deciden invertir en entrenamientos tan atractivos que aumentan la fuerza de voluntad necesaria para realizarlos, aunque para hacerlo, haya que recurrir al talonario. “Es algo que llevo tiempo advirtiendo y que he hablado con el equipo de Nike, que es nuestro partner: la gente está dispuesta a pagar más por algo que le funciona. En los gimnasios low cost, pese a sus bajos precios, la gente siente que no acaba de aprovechar las tasas que paga, por bajas que sean, porque le da pereza ir. Entrenar tiene que ser algo que apetezca y que por eso, no importe a quien entrena pagar más”, asegura Michelle Mizes, CEO & Co-Founder de Concept Barre. Un ejemplo más que de conseguir la silueta deseada es más sencillo si hay dinero de por medio.

Atlanta considera que la idea de renunciar a la comida como símbolo de estatus no es nueva. Sencillamente, está adquiriendo un nuevo barniz impulsado por los productos farmacéuticos. Históricamente, el control sobre el cuerpo siempre ha sido una suerte de moneda cultural, y ahora Ozempic está transformando ese control para vincularlo directamente a la clase. “En este contexto, estar gordo podría de hecho convertirse en una especie de declaración contracultural: una forma para que aquellos con riqueza y privilegios rechacen las limitaciones artificiales de los medicamentos y reclamen la autonomía para existir fuera de las expectativas sociales. Sin embargo, como ocurre con todo lo relacionado con los privilegios, tal declaración podría arriesgarse a trivializar con la lucha de aquellos para los quienes el peso no es una elección, sino el resultado de desigualdades sistémicas. Es una nueva frontera llena de tensión en la forma en que la clase y la identidad se cruzan con el cuerpo”, dice para finalizar la autora.

En la actualidad quienes más necesitan la semaglutida son quienes a menudo se encuentran con mayores dificultades para conseguirla, y la llegada de fármacos como Ozempic abre el debate de lo que significa estar gordo en la actualidad y de la que recurrente fijación por estar delgados que prima en una sociedad en la que figuras como la de Lizzo, que basó su discurso y su marca alrededor del body positivism, han caído en las redes de este fármaco para perder peso. La conclusión parece hoy clara: nadie que pueda permitirse pagar para adelgazar quiere estar gordo, porque en tiempos de Ozempic, el orgullo por la diversidad corporal es sólo para quienes no tienen medios para adelgazar con inyecciones.

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